La ley de los cerros, de Chris Offutt (Sajalín) Traducción de Javier Lucini | por Óscar Brox

Chris Offutt | La ley de los cerros

A Chris Offutt lo conocimos por sus relatos en Kentucky seco, hace unos cinco años, y desde entonces se ha convertido en uno de esos narradores imprescindibles para entender un paisaje, un territorio y un lugar, duro y precario, devastado por el tiempo, al que se agarran como pueden todas esos rostros que tratan de resistir un nuevo embate de la vida. De Offutt conocemos los cuentos, los textos de corte autobiográfico y un proyecto novelístico armado alrededor del personaje de Mick Hardin. De los primeros se podría decir que son muestras de esa violencia rural -algunos la podrían llamar, con toda justicia, belleza- encapsulada en unas pocas páginas en las que Offutt describe lo más parecido a un espacio familiar. En las novelas, y sobre todo en el Ciclo de los Cerros, hay otro tipo de ambición estilística. 

Tal vez porque también ha trabajado como guionista para la televisión, a Offutt se le ve especialmente desenvuelto a la hora de construir un armazón y unos personajes, dosificar la acción y el misterio, sin dejar de lado la importancia del territorio. O, dicho de otra manera, sus historias siempre hablan de un lugar y de unos conocidos, también de unos códigos morales que no siempre coinciden con los de la sociedad. En esta ocasión retomamos al personaje de Mick Hardin a punto de emprender un retiro en Córcega. Fuera del ejército, a pocos pasos de la Ley. Offutt se las apaña para urdir una pequeña trama criminal y arrastrar a Mick hacia su investigación, lo que significa regresar, una vez más, a casa y volver sobre caras y lugares sobradamente conocidos para el lector de la serie. La hermana Sheriff, su ayudante, la mujer con la que tuvo un breve encuentro, maleantes, vecinos… todo ese ecosistema que nunca se sabe cuántas veces seguirá ahí presente.

Lo interesante de la novela estriba en cómo Hardin avanza convertido en el único referente a este lado de la Ley y cómo ese papel choca frontalmente con esa otra manera de entender la justicia que se estila en los cerros. Probablemente, si uniésemos todos los relatos de Offutt, desde aquel lejano 1992 de Kentucky seco hasta ahora, la imagen final sería la de una lenta devastación que ha erosionado un territorio cada vez más sostenido por la memoria. Perdido para muchas cosas. Remoto para otras tantas. Y, sin embargo, ya familiar en su descripción de la flora y la fauna humana, de la violencia y la dureza con la que sus vidas se establecen. El Mick Hardin que encontramos en La ley de los cerros es, acaso, un personaje ya definitivamente asimilado a su paisaje natural, capaz de mirar hacia otro lado cuando se ha cometido un delito o de perdonar un crimen que no pasará el peaje de la Ley; como mucho, de alguna más allá del sistema penal. Del remordimiento de conciencia. 

Este último detalle resulta interesante, sobre todo, por lo que dice de un personaje más o menos prototípico dentro de los esquemas del policiaco que, sin embargo, acaba sometido a las leyes de su entorno. Y eso, en realidad, no lo hace ni mejor ni peor. Quizá solo más vivo. Más natural. Consciente del pedazo de tierra que pisa y de su idiosincrasia. Y también de la poca vida que queda en ese pedazo de tierra, y de la dureza con la que se tienen que manejar las personas que viven allí, como si se tratase de un espacio en el que el tiempo se ha detenido. De hecho, pocas veces encontramos un énfasis especial por situarnos en una época concreta, bajo una Administración u otra. Sucede que allí todo es pasado y el presente, en cambio, abarca lo que queda a este lado de la Ley. No enseña a vivir mejor ni, en cierto modo, a vivir. 

Offutt es un narrador detallista, pero su virtud radica en la inteligencia con la que dosifica esa colección de imágenes y sensaciones que nos trasladan a una región en pleno colapso. Se le da bien manejar la tensión y trabajar el thriller a la vieja usanza, esto es, sin dejar cabos sueltos. Pero es inevitable pensar que lo suyo es una excusa para cultivar lo más parecido a una cápsula del tiempo, a una carta de amor o a una elegía hacia esa tierra que, como dejó escrito en otra parte, nadie visita. O sí: sus novelas y relatos, una y otra vez, de muchas maneras. La gente recia y sus vidas difíciles tienen a muchos escritores; los Cerros solo a uno. Y esta serie protagonizada por Mick Hardin nos hace desear que, por favor, nunca los abandone. 


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